Páginas

lunes, 18 de noviembre de 2013

Pro-cras-ti-na-ción



Un viejo dicho popular, de esos con los que los abueletes se inflan la boca, reza brevemente “El día más ocupado de la semana es mañana”. Procrastinación. Aprended esta palabra aquí y ahora, porque para entender el por qué de algo, primero hay que saber reconocer ese objeto de observación. 

Aunque suene a anglicismo o a chino, “procrastinación” viene del latín procrastinus (pro, adelante, y crastinus, del mañana o futuro). Esta sabiduría extraída de Wikipedia (porque que le follen a los que crean que no es una buena fuente) viene complementada por una definición más que valida, que a cien palabras dentro del artículo ya viene siendo hora: “La procrastinación, postergación o posposición es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables”. Lo que viene siendo de toda la vida tocarse los huevos en lugar de hacer el trabajo que tienes que entregar en hora y media. Ver otro capítulo de Breaking Bad en lugar de acostarte. Navegar por blogs/ Wikipedia/reddit/internet en general en lugar de hacer lo que debes hacer. Creo que el concepto queda claro. ¿Por qué es un problema, además de lo obvio? 

Aunque en principio procrastinar pueda ser un acto ocasional, debido a una distracción muy fuerte que eclipsa los deberes oportunos, postergar las tareas que tenemos que realizar puede tener motivos más oscuros. No es que la pagina de Wikipedia sobre “Xena: la princesa guerrera” sea muy interesante, es que la alternativa es terrorífica. Según William Knaus, algunas de las causas para procrastinar son el miedo al fracaso, la ansiedad y la saturación. No quiero ser muy específico, porque al fin y al cabo, esto no es un artículo científico. No obstante, puedo contaros mi experiencia con la procrastinación. 

La idea de escribir este artículo no me ha surgido ni hoy ni ayer ni hace una semana. Hace tres años, en una época de máxima procrastinación, le propuse a mi profesor de Escritura Periodística hacer un artículo sobre este fenómeno para el periódico digital de la universidad. Aunque se lo propuse a él, cosa que acepto amablemente, realmente quería proponérmelo a mí mismo. Quería salir del círculo vicioso. Han tenido que pasar tres años para que comience a escribirlo. Y ni siquiera me cuesta escribir. Es más una cuestión de… Miedo. O egolatría. Incluso estupidez, qué sé yo. 

El caso es que es un bucle, un agujero de gusano que se repite una y otra vez, donde las tareas A, B y C (lejanas en el tiempo) se postergan por una actitud negligente. En mi caso, siempre pienso que podré hacerlo más adelante, como en… Quince minutos. No, a las y media. No, bueno, ya son las seis, hora de merendar. Bueno, cuando termine la película. Uf, voy a cenar. Voy a hablar con mi chica. ¿Dos de la madrugada? Hora de dormir. 

Lo. Haré. Mañana. 

La frase asesina. El pensamiento de que mañana será más productivo que hoy. Sinceramente, nada va a cambiar de un día para otro. Asúmelo. Mañana seguirás contándote la misma trola. Hasta que llega mi momento favorito: las horas finales. Y esto es increíble. Conocido como “El síndrome del estudiante”, no es solo aplicable a la población aun en aprendizaje. Desde oficinistas a entregar la declaración de la renta, todo llega a última hora. Y ni siquiera era complicado. Era echarle un rato. Pero ahí estas. Quedan cinco horas y piensas “Vale, en cinco horas tengo que tener hecho este (digamos por ejemplo) resumen sobre este libro”. ¿Cuál es la situación? No has terminado de leer el libro, para empezar. Como solo quedaban cincuenta paginas, lo dejaste para el día siguiente. Hasta hoy. Pero bueno, decides echarle huevos y plantarte. Te lo dices en voz alta: “Vamos a ello”. A tope. Empiezas a cerrar ventanas de internet. Le dices hasta luego a tu colega por Facebook. Mientras te despides, miras el link a Tumblr que ha puesto tu prima. Guau, no sabía que los elefantes hacían eso. Voy a buscar en Wikipedia los elefantes. Vale, solo quince minutos de Wikipedia, hasta las y media y ya me pongo. Este video es muy interesante. Cuando termine el video. 

Quedan dos horas. 

Entonces te pones. Avergonzado y con un miedo en el cuerpo que duele. Y es que ese es el problema. No que te distraigan las luces y colores del siglo XXI, sino el pánico que te da ponerte a hacer lo que se supone que tienes que hacer y darte cuenta de, si lo pones sobre la mesa, no es posible. Es demasiado tarde. Ya no da tiempo. Y es jodidamente estúpido, porque precisamente postergarlo ha sido lo que ha provocado ese miedo a no saber si podrás enfrentarte a ello. Así que procrastinas. Procrastinas como un cabrón hasta que te queda una hora porque no quieres mirar tu trabajo y darte cuenta de que ya no puedes hacerlo. Pero lo haces. De vuelta al libro, lees las cincuenta páginas que ni Stephen Hawking. No te enteras de nada, pero te metes en Wikipedia otra vez y te lees un resumen. Oye, que el autor era de Kazajistán. Y qué bonito país. ¿Cómo será su capital? 

Una hora. 

Joder. A ver, no hay que ponerse nervioso. Son… Tres páginas. Un resumen de tres páginas. Quizás con la letra a tamaño 12,5 para que no se cosque, le reduzco el sangrado y aumento el interlineado… Sí. Ahora tu nombre y el título del libro ocupan mucho más, porque no has empezado a escribir aun. 

Media hora. 

Vale, no es difícil. Un resumen corto, sí, bien. Uy, y una descripción de los personajes, que ocupa mucho con eso de que lo pones por puntos. Temática y simbología… Ahí te plantas. De vuelta a Wikipedia. Joder, en la portada pone que hoy es el aniversario de la muerte de… 

Quince minutos 

Dios, no llego. Tengo que enviarlo a en punto y no me da. No me da. Me queda aun una página y no sé que poner. Espera. ¡Opinión personal! Albricias. Pedantería. Te lo marcas que te cagas. Y a las y cincuenta y nueve, lo envías al profesor con una notita diciendo que se lo has enviado hace unas horas pero que no te ha respondido, así que se lo envías otra vez. Jodido cobarde mentiroso. 

Por cierto, ese soy yo, por mucho que haya usado doscientos tiempos verbales diferentes. Yo, lector, soy adicto. Porque la procrastinación es una droga. Empiezas poco a poco hasta que convierte tu vida en un pozo sin ambición, con mas exclamaciones ególatras que verdaderos logros, donde la gente a tu alrededor avanza y hace con su vida cosas productivas, mientras que tú sigues en Internet. Corroe tu vida y te deja poco a poco sin dinero, sin trabajo y tus únicos amigos son adictos como tú, gente procrastinadora que se sigue engañando diciendo, como tú, que mañana empezaran a cambiar sus vidas. O tocando la guitarra. O lo que sea. Yo, como tú, soy un adicto a esto. Del peor tipo, porque he dejado de engañarme. Se cuales son mis posibilidades, así que hago un trabajo mediocre en el último momento en lugar de uno excelente con tiempo. Porque tengo un miedo terrible. A lo que hay detrás de la tarea. A quién soy yo. A este círculo vicioso. 

Es complicado de explicar, pero la verdad, es que estas palabras son lo primero que hago en mucho tiempo por mi propia voluntad. Algo productivo, creativo. Lo último en el escalafón del procrastinador. Voluntario. Puagh. Pero aquí estoy. Tres años después de proponérmelo, lo he hecho. He dejado de procrastinar escribiendo sobre la procrastinación. Al menos durante un ratito. Quizás haya esperanza. Quizás pueda cambiar. Quizás hoy me diga que mañana voy a empezar a hacer ejercicio y de verdad lo haga. Quién sabe. Sin embargo… Sobre ese trabajo que tenía que enviar hoy… 

Cinco minutos.

Virtualmente vuestro S.M

1 comentario:

  1. Buenísimo!, a mitad del artículo quise dejar de leerlo por lo identificado que me sentía...
    A buscar la solución a este problema...

    ResponderEliminar