Una pregunta
seria ¿Qué ha sido de la infancia? ¿A dónde ha ido a parar? Es una cuestión muy
preocupante esta, o sea, nuestra infancia ya fue algo mediocre comparada con la
de nuestros padres, aunque al menos no pasamos hambre como nuestros abuelos,
pero ¿Qué les espera a nuestros hijos?
Recuerdo
perfectamente que cuando era pequeña jugaba con mis amigas en el patio a
fabricar arena fina, y para los que os estéis preguntando en que consistía el
jueguecito, la verdad es que era algo tan sencillo como pringarte de tierra
hasta descubrir la capa mas profunda, la materia mas valiosa, un tesoro que ni
el que ideó de Robert Louis Stevenson para su isla, LA ARENA FINA. ¿Qué
hacíamos con ella? No tengo ni idea, pero era importante conseguirla. Según
pasaron los años la complejidad de nuestros momentos lúdicos en el patio fue en
aumento hasta alcanzar un punto cumbre, LOS CABALLOS, nos dividíamos en dos
grupos, unas eran caballos y las otras eran jinetes y creo que todo se basaba
en echar carreras saliendo desde el enorme castillo extraño de color naranja
hasta algún punto indeterminado cerca de las ventanas que daban a las clases.
Yo, personalmente, nunca he sido del tipo deportista así que me inventé un
papel acorde con mis aptitudes y fascinaciones y desde entonces siempre fui el
perro. ¿En que establo que se precie no hay un perro?.
La cosa es que
según fui creciendo, no mucho, todo hay que reconocerlo, pase por ser una espía
internacional, un husky que tiraba de un trineo y que estaba a punto de morir
congelado por salvar a su dueño en un iglú e incluso juraría haber llegado a
ser Jasmin alguna vez de tan enamorada que estaba de Aladdin. Cada día se me
ocurría algo nuevo, y mi vida parecía una película de Disney cutre. No os voy a
mentir, soy de la generación Pokemon, de las primeras de mi clase en tener una
game boy y una amante de las nuevas tecnologías. A día de hoy, aún tengo en mi
haber unas cuantas consolas y no digo que todas porque nunca he sido de la
Xbox.
Pero… ¿Qué
demonios ha pasado? Ahora a los ocho años a las niñas les preocupa con que ropa
van al colegio y si les cuentas un cuento te miran con cara de querer que te
caiga una teja encima y te aplaste solo para que te calles y puedan ir a jugar
con su Wii, su Nintendo Ds o su Play Station. Los chicos dan asco, y eso lo
sabíamos todas las niñas menores de 11, pero ahora, hablan de novios y de besos
y de quien le gusta a quien desde parvulario. Oh por dios, pero si ni siquiera
saben quien es la Cenicienta ni como perdió su zapato. Aunque les comprases la historia
de La Sirenita en formato juego de la Wii seguirían sin enterarse de nada
porque se limitarían a pulsar los botoncitos y a mover el mando de arriba
abajo.
¿Es que los
niños ya no son creativos? La verdad es que no les hace falta, yo antes, siendo
hija única, me pasaba los veranos devorando libros e imaginándome historias
mientras mi abuela dormía la siesta y aún quedaba una hora para hacer la
digestión. ¿Qué otra cosa iba a hacer? Seguramente si hubiera tenido los
Skylanders me habría pasado horas pegada a la pantalla toqueteando el mando sin
cuestionarme que hace esa especie de dragón deforme ahí o quienes son los malos
porque ¿A quien le importa? Ya de por si es divertido.
Los amigos del
cole ya no quedan a jugar a tinieblas o a destrozarles las cocinas a sus madres
intentando hacer “repostería”, yo una vez llegué a quemar una cortina jugando
con mi mejor amiga a las
casitas. Ahora quedan en casa de
tal o cual a jugar a la consola. Si leen algo con más de dos líneas se aburren,
un dibujo en 2D es del siglo pasado, cocinar es algo que ha quedado relegado a
lo que juegas en el ipad de tu madre mientras esperas a que te traigan la
comida en un restaurante porque hablar esta pasado de moda. ¿Tanta tecnología
ha sido un avance?
Cuando les
alejas de un enchufe, los críos berrean porque sienten que su vida ya no tiene
sentido.
Otra cuestión
que en mi opinión es digna de análisis es la falta de ilusión por las cosas. Ya
lo han visto todo, lo han oído todo y si no ha sido porque se lo hayan contado
sus padres ha sido porque lo han visto en el Apple Store. Cuando van a
Disneylandia saben que Mickey y Donald son en realidad unos tipos cualquiera
que se están asando debajo de un disfraz vistoso y espero no ser la única a la
que esto le parece deprimente. Recuerdo mi primer viaje a Disneylandia con
tantísimo cariño… Me sentía en otro mundo porque realmente pensaba que estaba
en otro mundo y mi sonrisa cuando me firmaban un autógrafo era genuina, me
negué a que Maléfica se me acercase porque de verdad estaba convencida de que
era la bruja mala de La Bella Durmiente.
Ahora da igual
que les lleves a Paris que a Roma que al bar de enfrente, la misma ilusión le
ponen, lo único bueno es que mientras les tengas enchufados a alguna maquinita
no tienes que esforzarte en entretenerles.
Mi padre cuando
y yo nos sentábamos delante del ordenador y jugábamos al Monkey Island hasta
que nos quedábamos atascados, y después, de camino al colegio en el coche, me
sentía mal por Guybrush por haber convertido a Elaine en una estatua de oro y
me devanaba los sesos por encontrar una posible solución al enigma en vistas a
que consiguiera rescatarla. Cuando tocaba irse a la cama, nos tumbábamos juntos
boca arriba y mi padre tiraba una pelota de papel hacia el techo, era un
meteorito, y el juego mas entretenido del mundo. A mi madre nunca se le dio
bien lo de jugar conmigo así que me aterrorizaba, si, me contaba historias de
fantasmas y me llevaba a sitios siniestros para que yo luego fardase con mis
amigas de valiente y de entendida en el mundo paranormal. ¿Qué problema hay con
asustar ligeramente a los niños? Mientras no sea algo irracional es de lo mas
divertido y yo jamás me he sentido traumatizada. Me prestó todos sus libros de
Puck y de El Club de los Cinco y gracias a ella me aficioné a la lectura.
Disfruté tanto
de mi infancia… Y me gusta tan poco lo que veo ahora, que no puedo evitar
sentir cierto temor al imaginar ese momento en que yo decida tener hijos.
Siempre me imaginé contándoles las mismas historias, jugando con ellos a aventuras
gráficas y llevándomelos a Disneylandia pero ¿Querrán hacer ellos todas esas
cosas conmigo?. Recuerdo que mi abuela flipaba conmigo y siempre me decía lo
triste que era mi infancia, y sí, ha llegado el día en que entiendo lo que
quería decirme. Lavaba en el lavaplatos lo que ella llamaba “tobas”, que era un
huesecillo del cordero con el que ella jugaba siendo niña, me las daba como
esperando que me entretuviesen y yo siempre pasaba de ella. Ojala pudiera
volver atrás, le preguntaría ¿Cómo se jugaba con esto? Ahora me parece
realmente interesante pero desgraciadamente hay momentos para todo, y cuando
uno tiene ciertas edades no comprende hasta que punto esas pequeñas cosas
pueden ser importantes. Cuando te quieres dar cuenta, se te ha hecho tarde. Pasamos
la infancia queriendo saber más… Hasta el día en el que descubrimos que el
verdadero problema es que sabemos demasiado.
Los niños
deberían ser mas niños durante todo el tiempo humanamente posible y si cada
generación que pasa ese tiempo se hace más corto ¿A dónde vamos a ir a parar?
Virtual y nostálgicamente
vuestra un día más V.M
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