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martes, 22 de octubre de 2013

Las pelis de tiburones y el fenómeno "Sharknado"



  Tenéis antes vosotros a una persona que ha visto Deep Blue See (Rene Harlin, 1999) cinco o seis veces. Y me sigue gustando, que es lo peor.

  Todo empezó con Tiburón (JAWS, 1975, Steven Spielberg). Quien no recuerda la cara de horror de Roy Scheider cuando ve por primera vez al tiburón y musita en tono monocorde “vamos a necesitar un barco más grande”. Legendario, que diría Barney Stinson.

  “Tiburón” era una película seria. Quiero decir que el tiburón era un gran blanco (muy grande el  gran blanco en cuestión, se supone que medía más de 8 metros) pero pertenecía al mundo natural, es decir, tenía todo lo que tiene un tiburón de verdad y, salvo alguna licencia poética como que “trepe” por el barco para zamparse a Quint (increíble Robert Shaw), se comportaba como un tiburón.

  Del tiburón de “Tiburón” (efectivamente, el título en español no engañaba a nadie) pasamos a los tiburones modificados genéticamente de Deep Blue See. Iban a ser la cura para el alzheimer pero en lugar de eso se comieron hasta al loro, literalmente hablando. Los tres tiburones de Deep Blue See ya no eran tiburones porque habían manipulado su ADN pero por lo menos iban por el agua aunque fuera el agua de los pasillos de la plataforma en la que se desarrolla la acción.

  Después llegó “Sharkman” (2005, Michael Oblowitz) y el tiburón no necesitó ni agua. El malo de la película era el hijo de un científico chiflado (impagable Jeffrey Combs) recauchutado en tiburón martillo en un intento de curarle el cáncer. Ahí lo dejo. El híbrido en cuestión igual iba por el mar que por el río que se daba una vueltecita por el monte. Es difícil encontrar una película más pasada de rosca (o eso pensaba yo) ni con más fallos de raccord; conversaciones que empiezan de día y acaban de noche cerrada tras dos frases, personajes que en la misma escena llevan ropa distinta….

  Sharkman era difícilmente superable pero llegó BAIT (Kimble Rendall, 2012). Delirante: un par de tiburones blancos se quedan confinados en un supermercado tras un tsunami.  Lógicamente se meriendan a los supervivientes que se habían quedado encerrados en tan peligrosa compañía. Ya hay que ser desgraciado: sobrevives a un tsunami y te come un tiburón entre latas de sopa Campbell y rollos de papel higiénico flotante. Por lo menos conseguí no verla en 3D: no creo que hubiera podido superarlo.

  Con mi afán protagónico habitual pensaba que yo era uno de los pocos escogidos que había desarrollado un gusto morboso por los engendros fílmicos sobre escualos. Por eso me sorprendió tanto enterarme de que “Sharknado” (Anthony C Ferrante, 2013) se había convertido en un fenómeno social en EEUU.  En esta ocasión no tenemos tsunami sino tornado. Los tiburones (a miles y todos enormes) son succionados del mar por los tornados y arrojados por la ciudad, en canales, en zonas inundadas por el mar o directamente sobre el asfalto. No sólo no se despanzurran en la caída tras su paseo por el vórtice del tornado es que además caen muy enfadados y aún les queda resuello para zamparse a los ciudadanos que se cruzan en su camino. Por lo menos “Sharknado” tiene el acierto de no tomarse en serio (“Sharkman”, en cambio, pretende tener hasta fundamento científico y tiene un making of donde pontifican un buen rato sobre células madre, con todo desparpajo).

  5000 tweets por minuto durante la proyección de este “Made in Syfy” (Sharknado) me han demostrado que no sólo no pertenezco a ningún grupo de escogidos (ni siquiera al dudoso grupo de los que han desarrollado un gusto morboso por los engendros fílmicos sobre escualos) sino que no consigo ser ni un poquito original.

  Tal ha sido el éxito de “Sharknado” que están trabajando en la secuela que verá la luz (más bien seguirá en tinieblas) el verano de 2014 y no está claro si se desarrollará en Nueva York o  en una estación de ski con los tiburones deslizándose por las laderas heladas. Da lo mismo, la vamos a ver igual, aunque no consiga ser Deep Blue Sea.

  El último “escualo-engendro” se llama “Tiburón Fantasma” (Griff Furst, 2013). Otra “Made in Syfy”. No la he visto aún, la reservo para un día que esté deprimida. Esta vez no se trata de tiburones de verdad de la buena, ni de tiburones mutantes alterados para curar enfermedades letales, ni de tiburones succionados por tornados. Esta vez los humanos vamos a ser devorados directamente por tiburones muertos. Quien da más
  Virtualmente vuestra V.R

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